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La mala memoria
Dentro de dos semanas hará un año del diagnóstico y de verdad que me cuesta recordar cosas tan básicas y cercanas como cuantas sesiones de quimioterapia y radio he tenido que hacer. Días atrás me lo preguntaba una amiga y me sorprendí a mí misma por la facilidad que tengo de borrar lo que seguramente no me conviene, no me interesa o no me aporta nada. Los muros de la memoria se construyen poco a poco, comienzan con la infancia, se desarrollan durante la adolescencia y cogen altura cuando entras en la madurez. De vez en cuando cae algún ladrillo y la luz deja entrever algo que habías escondido para ahorrarte dolor de cabeza y una sensación de temas pendientes por resolver. A todos nos da mucho respeto tirar del hilo invisible que nos lleva a recordar lo que no era necesario, de eso se ocupan los psicoanalistas, pero a veces hay que hacerlo, aunque sea para entender lo que nos pasa, lo que sentimos o lo que padecemos, como una enfermedad. Con esto no estoy buscando culpables por mi caso, hacerlo sería infantil y sobre todo injusto, pero empieza a intrigarme esta exagerada facilidad para olvidar incluso cuestiones de mi presente más inmediato. En casa nos reímos todos de nuestra falta de memoria, decimos que es algo genético y así damos el tema por cerrado. Personalmente, creo que hay dos tipos de memoria: la de los sentimientos y la de los hechos. La primera es la que yo llamo subconsciente, porque no sabes cómo ha ido a parar detrás del muro y puede ser dolorosa, la segunda es mucho más simple, se encarga de las fechas, las anécdotas compartidas, las conversaciones, las palabras y las cifras, tales como cuántas sesiones de quimio has hecho.
Afortunadamente la memoria de los hechos tiene muchos recursos para sobrevivir: desde la agenda del móvil, un diario o blog personal como este y que acabo de descubrir que seguramente decidí poner en marcha para no olvidar. Ahora tendré que descubrir que es lo que no quiero olvidar y por qué. Tengo algunas ideas al respecto: en primer lugar no quiero olvidar nada que me haya hecho sentir feliz, viva y naturalmente agradecida. Aquí, haciendo sólo un poco de esfuerzo, se me ocurren muchos motivos por los que dar las gracias al bache de mi salud: desde el amor incondicional de la familia y los amigos más íntimos, al reencuentro con el placer de la lectura y la escritura de batalla o la capacidad de vivir cada instante con todos los sentidos. Olvidar es un verbo muy duro, seguramente porque dota de acción a la memoria en su sentido inverso. Yo no sé si nunca querré provocar a la memoria de mi subconsciente ni aumentar la memoria de los hechos, pero sí que tengo cada vez más claro que quiero aprender a recordar vivir con intensidad todo lo que me hace ilusión, que me hace pensar, que me hace extrañar, que asusta al miedo y me invita a vivir con la fuerza del valor y naturalmente del amor! Todo lo que la memoria intensiva, la del presente, se encargará de almacenar porque he recordado que no podía olvidar.
salud,
M
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